Acabo de terminar la lectura del libro de Michael B. Oren sobre la guerra árabe-israelí de 1967, conocida como la de los Seis Días.
No es un libro de historia bélica al uso. Se entretiene menos en los detalles operativos que en los prolegómenos y consecuencias, y proporciona una detallada descripción de la personalidad de los dirigentes de los países implicados así como de las negociaciones diplomáticas que tuvieron lugar entre bambalinas.
Una breve reseña histórica. El moderno Estado de Israel nació en 1948 tras el término del mandato británico sobre Palestina, como consecuencia de los movimientos migratorios propiciados por el sionismo, o vuelta de los judíos a la Israel histórica. La declaración de independencia provocó la primera guerra con los países árabes vecinos, cuya consecuencia fundamental fue la desaparición, antes incluso de que naciera, de un Estado Palestino. La segunda guerra árabe-israelí tuvo lugar en 1956, y tuvo como escenario el Canal de Suez, conquistado y luego devuelto por Israel a Egipto.
El libro, muy ameno en su lectura, ayuda a entender un poco la sorprendente (por aplastante) victoria israelí sobre los más numerosos ejércitos egipcios, jordanos y sirios en aquel junio del 67. Frente a la amenaza que suponían los ejércitos árabes concentrados en las fronteras, y coaligados a pesar de las disensiones por el dirigente egipcio Nasser, los israelíes, con Dayan como ministro de defensa, decidieron atacar primero. En menos de una semana, la IDF (el ejército de Israel), destruyó casi por completo la aviación egipcia, y conquistó el Sinaí y Gaza a Egipto, Cisjordania a Jordania, y los Altos del Golán a Siria. Una victoria que no estuvo fundamentada, como creía yo antes de leer el libro, en la mejor preparación de la tropa o en un mejor armamento, sino principalmente en la mayor motivación de los israelíes y sobre todo, en la pésima actuación de los altos mandos árabes (sobre todo egipcios).
Pero lo más interesante, sin duda, es que ayuda a comprender la génesis de la situación actual. Resulta sorprendente comprobar que hoy en día seguimos siendo testigos de un problema que tiene más de medio siglo de antigüedad. Actos terroristas palestinos, apoyados por estados árabes vecinos respondidos por represalias israelíes, incluyendo bombardeos sobre poblaciones civiles, eran entonces y son hoy el día a día de la región. También las posibles soluciones se apuntaban entonces: paz y reconocimiento del derecho de Israel para existir, por devolución de territorios y autonomía para los territorios de Gaza y Cisjordania.
La historia nos enseña que mientras no se resuelva el problema del pueblo palestino, no habrá paz no sólo en oriente medio, sino en el mundo. Fueron la excusa para legitimar la agresividad de los países árabes vecinos contra Israel, y hoy en día para los ataques terroristas de Al Qaeda. En principio, la solución más obvia es aprender a convivir. Sin embargo, es difícil hablar de convivencia cuando ambos bandos han enterrado a tantos muertos. Terrorismo y represión forman un círculo vicioso del que es complicado escapar, y cuyos daños colaterales se han visto en puntos tan alejados como Nueva York, Madrid o Londres.
No hay soluciones mágicas, pero cuando dos pueblos demuestran una incapacidad para la coexistencia como el judío y el árabe (no sólo hay miles de refugiados palestinos, sino que también pasó otro tanto con los judíos que residían en países árabes), quizá la única salida posible sea volver al plan inicial de la ONU, con la repartición del territorio en dos naciones independientes.
Ojalá esta Guerra de los Sesenta Años (más que de los Seis Días) no dure otros sesenta más.