La primera vez que te plantan un culo peludo (masculino, claro está) a dos palmos de la cara mientras te estás cambiando, te sientes algo violento. Pero luego te acostumbras.
Es curioso cómo se pierde la vergüenza con esto de ducharse en los vestuarios del gimnasio. No es que sea algo nuevo para mí, ya que alguna que otra vez le había hecho caso a Gomaespuma y me había duchado en los vestuarios tras un partido de fútbol, en lugar de irme sudado con la excusa de que me iba a duchar en casa. Pero fueron ocasiones contadas y el resto eran colegas.
Ahora, con lo del gimnasio, suelo ducharme acompañado bastante a menudo, y además con desconocidos. Naturalmente cada uno va a lo suyo, pero claro, uno no puede evitar ver lo que no quiere ver. Encapuchados o judeizantes, peludos o pelones, de todo hay en la viña del Señor. También puedo dar a conocer a las chicas que no tengan suficientes experiencias, que la media española en lo referido al tamaño del pito es bastante decepcionante.
Pido por anticipado disculpas por el cómic a los homosexuales que pasen por aquí. Las estadísticas dicen que ya he tenido que coincidir con más de uno en las duchas, y he de decir jamás que he presenciado ninguna cosa parecida al chiste. Supongo que algún que otro vistazo echarán al típico chico danone que pase por allí (yo lo haría, qué cojones), pero si lo hacen, no se nota. Lo normal es que tengan poco que visionar, ya que la gran mayoría de los que acudimos a tales establecimientos es porque nos hace falta, con lo cual el michelín campa a sus anchas. Lo mismo vale para las chicas. No me haría ninguna ilusión colarme por error en el vestuario femenino. Aparte de que me iban a correr a gorrazos, lo más seguro es que lo que me encontrara luego me persiguiera en mis pesadillas.
Eso sí, por comodidad, y para evitar tentaciones, he escrito una sugerencia para que instalen bandejitas para el jabón.