Hoy llueve. Pero de verdad. Como lo sabía, he venido al trabajo equipado adecuadamente:
- Paraguas
- Chubasquero marino. A prueba de tempestades (300 l/h) más de 4 horas, con costuras estancas.
- Pantalón impermeable. Decathlón, 15 leros.
- Botas de la mili. Quince años tienen las tías y como nuevas.
De todo lo anterior, el único error ha sido traer paraguas. Por contra, el pantalón impermeable ha sido como siempre en estos casos todo un acierto. En Cádiz llueve desde todos lados, salvo desde arriba. El viento, y sobre todo las corrientes traidoras que te sorprenden al pasar entre calles, hacen inútil el artículo contra la lluvia más universal. Como ejemplo, he aquí uno de los muchos pobres desahuciados que me he encontrado en mi camino a la oficina.
Cuando me han visto entrar, un chistoso ha dicho: "Hombre, el Capitán Pescanova". Hasta yo me he reído, porque si el chubasquero en vez de negro hubiese sido amarillo, lo hubiese clavado.
Pero más me he reído yo cuando he podido comprobar que era el único que estaba seco en toda la oficina. A la hora del desayuno he salido sin problemas, y a mi paso notaba miradas de pura envidia de los que se han quedado en la máquina de café. He aquí como volví del bar, empapado por fuera pero sequito y calentito por dentro.
Señores, desde aquí reivindico el pantalón impermeable. ¡Ah, y recuerden comer mucho pescado azul!