Queridos bronquios,
Sé que al recibo de la presente no os encontráis precisamente en vuestro mejor momento. Podéis estar seguros que tales noticias oprimen mi pecho condoliente. Permitidme también que, junto a los más sinceros deseos de pronta recuperación, os exponga una queja.
Porque, ¿a qué tantos deseos de protagonismo? ¿Por qué no os conformáis con el honesto papel de simples tubitos que la naturaleza os dio? En lugar de pasar desapercibidos, como el olvidado sistema linfático, os propusisteis casi desde el nacimiento convertiros en mi talón de Aquiles particular. Tratad de imaginar a mi madre sumergiéndome en el Estigia sujetándome por los bronquios, ¿no es absurdo?.
Pero no, os habéis erigido en jueces implacables que deciden cuánto aire se me permite respirar. Rácanos dispensadores del fluido vital, eso es lo que sois. Cuando os place, la mayoría de las veces sin motivo que lo justifique, os inflamáis provocando que sólo un hilo de aire se cuele hacia los pulmones. Cruel tortura que sólo los que han visto de cerca el fantasma de la asfixia pueden valorar en su justa medida.
No todo es malo, diréis. Tanto ejercicio ventilatorio practicado desde la niñez me ha proporcionado una capacidad pulmonar envidiable, como dijo aquel teniente coronel médico que me dio el visto bueno para que pudiera ahogarme cada noche en la camareta de la mili. ¿Y de qué vale, si lo reducís al mínimo vital cuando os viene en gana?
Pero basta de reproches. Raro es aquel que nace sin tacha, y después de todo, lo que me tocó en suerte, vosotros, no es nada puestos a comparar.
Mejorad pronto, y sobre todo, dejadme en paz.
Os lleva siempre cerca del corazón,
Gualterio