Estos días hace frío. Un frío húmedo que se te cala en los huesos. Pero también luce el sol. Esa bola de gas sobrecalentado que nos da la vida, es una bendición en estos días de invierno sureño.
El pasado domingo por la mañana decidí dar un paseo por los alrededores. Abrigo, gorra, gafas de sol y reproductor cargado con música de lo más variopinta. Me interné en el almendral cercano, a paso lento o más vivo según el ritmo de la canción que sonara.
Como una promesa de la primavera aún lejana, algunos almendros lucían orgullosos sus copas llenas de flores blancas y rosadas. Numerosas abejas, abejorros y mariposas pululaban entre sus ramas, recolectando el primer polen de la temporada. Y para completar la cadena, al menos dos docenas de abejarucos de exuberante plumaje se daban un festín con los afanosos insectos.
Me tumbé a tomar el sol en una pequeña loma junto al pinar. Perdonad la comparación, pero allí solo, sobre la hierba, en una pequeña isla de naturaleza cercada por urbanizaciones, me sentí como hace unos años en Central Park. Aquella tarde, tras varias jornadas agotadoras recorriéndonos Manhattan, caí en un estado de relajación tan absoluto que terminé roncando indecentemente, para bochorno del amigo que me acompañaba.
Esta vez no me dormí, pero disfruté de un largo rato de paz como el que no había experimentado en meses. Algo de paz, por fin.
Besides, if each shot of happy
Comes with only two shots of sad
Then coming of age is not so bad
Milow, Coming of age