En mi gimnasio son unos soseras. La mayoría de la gente ni te devuelve el saludo, así que aún menos te dan conversación. Con tipos así mis sesiones de entrenamiento son tremendamente aburridas, pero he de reconocer que resulta cojonudo para concentrarte en el ejercicio y de vez en cuando, reflexionar.
Ayer fue uno de esos días. Y lo que sigue fue más o menos el desarrollo de mi pensamiento mientras hacía press banca o curl sentado.
AVISO: Esta entrada es larga, sin fotos y de contenido pseudo-filosófico. Si no se está de humor o se tiene algo mejor que hacer, recomiendo dejar la lectura para otro día u otra vida.
Si de todas formas se desea dejar constancia de vuestro paso por aquí (lo cual ya de por sí se agradece), podéis copiar y pegar como comentario lo siguiente:
Cómo te comes el coco, chaval. ¡Mejor piensa en las comilonas que nos esperan a todos a la vuelta de la esquina!
Dicho esto, empecemos. Esta semana me han hecho ver que la mayoría de las conductas son aprendidas. Utilizando la terminología que todos dimos en el bachillerato, parece que en la personalidad juega más el carácter (fruto de la experiencia) que el temperamento (innato). Por lo tanto, con entrenamiento somos capaces de modificar la mayoría de nuestras reacciones.
El hombre es un ser tremendamente social. Muchas de nuestras conductas van encaminadas a buscar la aceptación por parte del grupo. O al menos, a evitar el rechazo. Desde niños vamos aprendiendo a base de riñas y premios de nuestros padres, golpes o popularidad en el recreo, etc. Es un aprendizaje “natural”, en el sentido de que los que nos rodean nos van inculcando lo que está bien y lo que está mal; lo que provoca éxito e integración y lo que provoca fracaso social. También se puede aprender de una forma estructurada. En parte eso es lo que he hecho esta semana, y es lo que me ha puesto a darle al coco.
Porque surgen las siguientes preguntas:
1) ¿Dónde queda el “yo”, si la personalidad es tan fácilmente moldeable? Me explico: soy quien soy, además de porque tengo un cuerpo, porque poseo ciertos rasgos que de alguna forma me definen y me hacen “único” y reconocible. Soy vago, o cariñoso, o picajoso, o gracioso. Si me insultan me mosqueo y respondo o evito el enfrentamiento. Si modificamos esos rasgos, ¿no somos en cierta manera “otra persona”?
2) ¿Hasta qué punto merece la pena sacrificar la personalidad por el éxito social? Tengamos en cuenta que en principio no hay conductas buenas o malas, sino que se encuadran en un entorno. Lo que provoca el éxito en Japón puede ser nefasto en España o viceversa. Por lo tanto algunos individuos, cuyo temperamento va bien con la cultura en la que se insertan, no tendrán que modificar tanto su conducta como otros. Quizás los llamados inadaptados sean “héroes”, que han decidido anteponer su “yo” al éxito social.
En los últimos años he cambiado. De forma consciente, a base de entrenamiento. No os voy a aburrir con los detalles, pero de alguna forma ya “soy otro”. Lo he hecho forzado por las circunstancias, sobre todo laborales. Me ha ido bien; al menos hasta ahora. Esta semana me han hecho comprender que aún me quedan aspectos por pulir. De lo que no me han convencido es de si todo esto merece o no la pena.