Fue el verano entre primero y segundo de carrera. Mi padre me había pedido que fuera a darle de comer a los perros, y les diera una vuelta por el pinar. Una vez allí, me encontré con un chaval de mi edad con el que hago buenas migas, a pesar de tratarlo poco. Estábamos charlando cuando de pronto vimos que los perros levantaron un pajarillo que apenas podía volar. Corrí a cogerlo, antes de que los perros lo pillaran y lo mataran.
Se trataba de un jilguero joven, nacido ese mismo verano, que tenía un plomazo en un ala. Lo llevé a casa, y mi padre le curó el alita con mercromina. A los pocos días se la tuvimos que cortar, ya que le colgaba muerta y únicamente era ya un estorbo.
Por aquel entonces estaba yo leyendo el Quijote, así que darle nombre al pajarito fue fácil. Ya que había perdido un brazo en acción de guerra, como Don Miguel, qué mejor nombre que el del más ilustre manco de nuestras letras.
Al principio Cervantes era arisco, lógicamente. Me lo tuve que ganar por el buche. Reconozco que fui un poco malo con él. Le tuve casi un día sin comer, así que el pobre no tuvo más remedio que acudir a la mano si no quería morir de inanición.
Poco a poco nos fuimos haciendo amigos. Yo decía que Cervantes también se merecía una ingeniería, ya que me acompañaba durante las largas horas de estudio. Le preparé un poyete hecho con un lápiz y dos pinzas, y allí se quedaba quietecito mientras yo resolvía ecuaciones diferenciales. Como era muy asustadizo, cada vez que mi hermana o mi madre entraban en la habitación, él intentaba echar a volar. Naturalmente, con un ala menos lo que conseguía era un extraño mortal lateral, que casi siempre acababa con un sonoro “clonc” en el fondo de la papelera de hojalata que tenía junto a la mesa. De allí lo tenía que rescatar para volverlo a colocar en su atalaya. Nunca se hizo daño, lo cual aún logro explicarme. Posiblemente sea una presunción muy arriesgada, producto más de mis deseos que de otra cosa, pero creo que Cervantes fue feliz. Le hice un arbolito con una rama seca, y casi todos los días lo soltaba en el balcón. Nada más abrirle la jaula, Cervantes se montaba en la maceta y saltaba de ramita en ramita hasta la más alta. Lo que más le gustaba era los cañamones. El problema es que eran muy duros para su piquito, así que yo se los tenía que abrir previamente como si fueran pipas. Una vez los cogía de mi mano, y antes de comérselos, Cervantes emitía un “pío” especial, algo así como “piiiiiiu”, mientras se balanceaba de un lado a otro. Algo que no hacía en ninguna otra circunstancia. Podréis decir lo que queráis, que nadie me podrá convencer de que no estaba dándome las gracias.
Nadie está aquí para siempre, y Cervantes no era una excepción. Se fue haciendo viejecito a nuestro lado, y con la vejez vinieron los achaques. Le entró asma, pero no por eso perdió la alegría. Una veterinaria nos recomendó sesiones con Vicks Vaporup, y cada vez que mi hermana le ponía la cazuela con vapor bajo la jaula, el pajarillo se ponía muy contento y no paraba de cantar. El día que llegó su hora, lo enterré en el mismo pinar donde lo encontré.
Es increíble lo que se puede querer a los animales. Después de tanto tiempo, aún hoy me emociona hasta la lágrima el recuerdo de un simple jilguero. Pero no era un simple jilguero, era Cervantes, mi Cervantes.
Entiendo tu sentimiento hacia Cervantes, además eres capaz de transmitirlo en tus palabras. Las relaciones con los animales son muy especiales, confíamos en ellos tanto o más incluso que en las personas, y muchas veces se dice que sólo les falta hablar, yo creo que sí hablasen, a parte de los loritos, perderían esa magia tan especial...
ResponderEliminarUn beso.
Te comprendo perfectamente... Si no tengo más perros es por el vacío que me queda cuando se mueren. Para mí, hay poca o ninguna diferencia entre un animal y una persona. Siempre digo que, si no hablan, es porque no necesitan las palabras para nada ¿Para qué quiere un delfín conjugar un verbo? Me parece un error intentar definir su inteligencia con los parámetros que describen la nuestra
ResponderEliminarYo tuve una cobaya llamada Ramón, la cual tenía todo los vicios humanos: envidia, la gula, tramposo con Alfredo, la otra cobaya.Ahí residía su encanto. Aún recuerdo cuando murió y lo mal que lo pasé.
ResponderEliminarPreciosa historia. Y sí, es grande el hueco que dejan cuando mueren: cuando lo hizo mi primer gato, Dioni, durante mucho tiempo algo por dentro me daba un vuelco cuando oía un cascabel y negándome a adoptar otro animal.
ResponderEliminarAaaaah... yo siempre preferí llamarle Nano, era tan pequeñín... Y sí que daba las gracias a su manera. Todavía recuerdo esas sesiones de Vicks Vaporub en casa de la abuela, lo contento que se ponía, porque por unos instantes podía piar de nuevo y saltar con brío los palitos de su jaula. Lloré muchísimo la noche que lo encontré muerto en su jaula, lo cogí y me harté de darle besitos. Pobre. Fue el mejor jilgero del mundo.
ResponderEliminarLindos recuerdos!!Las mascotas te roban el corazon de verdad! La nuestra era un loro malvadisimo, terminamos llamandolo como un personaje de Manzoni,Promessi Sposi,Don Rodrigo.Venia del campo y "hablaba" como un llanero... agarrrale la pata al toro..ademas de repetir unas groserias alucinantes, pero su fuerte era cantar un par de rancheras y era el unico que miraba football con mi papa' gritando como el...lo adoramos. Todavia guardamos su recuerdo sobretodo en los tobillos donde nos pico' a todos!!
ResponderEliminarSaludos!
Iba a decirte que por haberte metido con mi TAU más de la cuenta te iba leer Peter Rutenmeyer y luego te iba a insultar gratuitamente. Pero después de leer algo así, ¿quién tendría güebox a insultarte?
ResponderEliminarPeazo pan, que eres un peazo pan.
¿La foto esta ayer?
ResponderEliminarLa colgué ayer por la tarde, Beaumont. Cuando llegué a casa me puse a buscar alguna foto de mi jilguerito y elegí ésta, porque sale su lado bueno.
ResponderEliminaryo pienso que si gus se muriera yo me moriria tambien.. creo que no es que nos hallamos vuelto locos si no que los animales dan mucho por eso es inevitable que les entreguemos aunque sea un trocito de nuestro corazon
ResponderEliminarMe encantan los animales (sobre todo los que no hablan) por eso he tenido periquitos, jilgueros, canarios, perros, gatos, patos, gusanos de seda, tortugas... De todos ellos el que más me dolió que muriera fue Nicolás, fue muy duro por muchas razones pero la muerte que más me impactó fue la de Pelusa que era una hamstercita que me regalaron. La tuve casi desde que nació. La queríamos mucho todos y fue difícil porque fue la primera vez que perdí a alguien a quien quería. Son cosas que siempre recuerdas.
ResponderEliminarAún así, los momentos buenos que te hacen pasar suplen con creces los malos cuando ya no están contigo.
Un recuerdo para todas nuestras mascotas que ya no están y muchos cariñitos para las que tenemos.
Cervantes, bonito nombre incluso para un jilguero que luchó con su única ala. Me alegro de que lo recogieras y lo convirtieras en un amigo.
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