martes, 20 de diciembre de 2005
En el tren
No era una mujer especialmente guapa ni llamativa. De hecho, pensándolo tiempo después, él llegó a la conclusión de que probablemente estuvo allí desde mucho antes de notar su presencia. Eso ocurrió un día cualquiera, de vuelta del trabajo.
De siempre había preferido el tren como medio de transporte, cuando era posible. Por eso cuando consiguió aquel trabajo en la ciudad ni siquiera se planteó otras opciones. El tren le tiranizaba con sus horarios, pero le daba la oportunidad de leer, o simplemente de relajarse durante el camino. Le permitía estar un rato consigo mismo, algo que durante el resto del día le estaba vedado. Como la mayoría de los habituales, se sentaba siempre en el mismo sitio, en su caso al final del vagón de cola, habitualmente vacío. Por ninguna razón en especial, simplemente por comodidad, por no tener que pensar cada vez dónde sentarse.
Esa noche su mirada se cruzó con la de una chica sentada dos filas más allá. No era algo fuera de lo habitual. Ocurría frecuentemente en aquel microcosmos de solitarios somnolientos que solía ser el cercanías de las 22:02. Lo raro fue que la chica sostuvo la mirada hasta que él la apartó, vencido y algo azorado a pesar de no ser precisamente ya un adolescente. Cuando consiguió vencer la vergüenza y levantó de nuevo la vista, ella aún estaba mirándolo fijamente. Él pensó que quizás fuera una falsa alarma, que quizás la chica tuviera la mirada perdida. Pero no, cuando él se sonrió con el pensamiento de su propia estupidez la chica le correspondió de igual forma. No le dio tiempo a más. El tren frenó, él apenas se dio cuenta de que se trataba de su parada, así que se levantó y salió a la semipenumbra de la estación.
Al día siguiente la buscó con la mirada al entrar en el vagón. No estaba. Se sintió decepcionado. Pero una parada antes que la suya, la vio entrar y sentarse de nuevo en el mismo sitio, en la penúltima fila, de espaldas a la marcha. La espió cobardemente a través del reflejo en la ventana, que ofrecía una imagen muy clara gracias a la oscuridad de la noche afuera. Se dio cuenta de que lo miraba a través del reflejo. Cuando la encaró, la chica sonrió. Él le devolvió la sonrisa y se levantó, porque ya la voz femenina automatizada anunciaba su parada.
Ya tenía un aliciente más para esperar el final de la jornada. ¿Quería jugar? Él también. La noche siguiente se sentó en la fila de la muchacha, y la esperó con un estúpido e inexplicable nerviosismo. El vagón estaba casi vacío cuando la chica entró, y de una forma natural se fue a sentar dos filas más allá de la suya. Manteniendo las distancias. Como para darle la de cal, la sonrisa de saludo que le dedicó fue más dulce que las anteriores.
Él no entendía la razón, aunque la intuyó a la siguiente semana en forma de chico moreno de mediana estatura. A pesar de la presencia de su novio, la chica no le privó de su ración diaria de miradas y sonrisas, esta vez furtivas. En realidad a él no le importaba lo más mínimo el motivo. En ningún momento había sido su intención ir más allá de preguntarle por su nombre, sus aficiones, sus intereses, si era feliz... Sentía cierta curiosidad, aunque pensándolo mejor, ¿qué más daba si se llamaba Beatriz, Ana o Helena? Lo mejor, lo único que podía darle ya lo tenía: el saberse objeto de su atención y sobre todo, su sonrisa.
Sin embargo, sin explicación de por medio, su mona lisa particular perdió el interés. La primera noche que ella no le miró pensó que habría tenido un mal día, pero la segunda estuvo seguro. La tercera, al levantarse para salir a la noche, le dijo adiós.
Evidentemente ella no lo esperaba, porque se sobresaltó, y le respondió apenas con una voz inesperadamente grave, inapropiada a su frágil apariencia.
Sin mirar atrás, él bajó, se abrochó el abrigo, rompió su bono mensual y cruzó el andén hacia la salida, pensando que quizás fuera el momento apropiado para comprarse un coche.
Etiquetas:
relatos
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Precioso. Me encantan esas relaciones sin hablar. Y, de repente, una.
ResponderEliminarLo que da un tren ...
ResponderEliminarBonita historia Malatesta, aunque me da por pensar que él pudo sentirse traicionado por no recibir esos últimos días la sonrisa, y es que a veces cualquier pequeño detalle nos hace volar la imaginación y esperar mucho más de lo que nunca nos han dicho que nos darían, y en ese momento, nos sentimos un poco traicionados.
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ResponderEliminarUmmmmmmmm, el desencanto....
ResponderEliminarPreciosa historia.
Felices fiestas y buen año y un placer compartir buenos momentos contigo
ResponderEliminarUna historia preciosa Malatesta, la vida es diferente cuando te ofrecen una sonrisa...:)
ResponderEliminarUn beso.
Pues para mi que en el sitio que él había escogido había una especie de cartel en la pared, por ejemplo el de una corrida de toros. Cuando él se sentaba, resultaba gracioso ver cómo le salían los cuernos de pintura por las orejas.
ResponderEliminarLa chica le miró y se rió. Hasta que quitaron el cartel...
Aunque todo sirvió para subirle la autoestima al pobre hombre, que volvía solitario todas las noches a su casa vacía.
Aquellos días de tren...
ResponderEliminarJa, ja, ja, este Paco... ya le puso cuernos al pobre protagonista. Después de apaleado, cornudo.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Cuando se me ocurrió la historieta tenía varias cosas en la cabeza. La primera era hacer salir a heliopolis, ya que en parte está inspirada en sus retazos, aunque me temo que es una sombra triste de aquellos. Otra era hacerle un guiño a Mizerable, con el que efectivamente compartí muchas horas de tren, pero jugando al hijoputa y charlando de miles de cosas. Y tenía más..., sí, hablar de relaciones sin palabras, de desencantos..., pero eso ya son demasiadas intenciones para un cuento tan corto.
¿Sombra? Si quieres jugamos a Joyce y Beckett. Tú el gran James y yo su secretario, el gran Samuel.
ResponderEliminarUna bonita historia.
ResponderEliminarprecioso ..
ResponderEliminarEl hijoputa, qué gran juego!! Tiene vida propia...
ResponderEliminarAhora nosotros jugamos al reputa, que es igual pero el 2 de oros gana a todo, pero sólo cuando te lo saca la banca. Si lo tienes tú no vale una mielda.
Bueno, supongo que nos referimos al mismo juego simplón de tener 4 cartas y apostar a ver si ganas a la carta que te saque la banca, ¿no?
Para esta nochebuena hay organizada una timba en nuestro local. Será a 50 céntimos la partida y sin límite de apuesta.
Bienvido, Edgar Allan Poe, y gracias. Y a Niob3 también.
ResponderEliminarBueno, ese también lo conocía, pero me refería a ese (que también lo conozco por hijoputa) en el que vas echando del mismo palo o mismo número que el que está en la mesa. El uno hace que el siguiente coja una carta, el dos dos, el caballo salta, el siete es comodín, la sota permite cambiar el palo, el rey el sentido... y gana el que se queda antes sin cartas. Como lo encuentre en internet organizo unas partiditas virtuales.
aahhhh, ya sé cual dices, pero es que no me sale el nombre ahora..... asss.. me acuerdo que había una variante llamada "bomba" en la que estaba prohibido decir números pares. ¡Ya me acuerdo!! Era el "chúpate dos".
ResponderEliminarSeguro que en su nuevo coche no s elopasara igual de bien.
ResponderEliminarMu bonita historia,si señor.
Curiosa selección de nombres de mujer...
ResponderEliminarYa pensaba que nadie se iba a dar cuenta de este otro guiño. ;)
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