martes, 3 de enero de 2006

El clan del oso cavernario... digo hibernante

Al atardecer el cazador volvió a la cueva. Antes de penetrar en ella por su estrecha abertura, volvió la vista al sur y vio nubes de tormenta acercándose velozmente. El aire húmedo del exterior se volvió denso en el interior, donde se producía una gran actividad. El cazador le dio los tres conejos que había logrado atrapar a su mujer, para que los despellejara y limpiara antes de unirlos a la cena común. Una gran hoguera central y algunas más pequeñas cerca de las paredes esparcían luz suficiente en el amplio espacio de la cueva. Al fondo se adivinaba la entrada a otras habitaciones del clan, las reservadas al hechicero. Nadie había terminado aún de explorar el interior, pero estaban bastante seguros de que eran los únicos habitantes.
El cazador se sentó junto a otros compañeros alrededor del fuego, esperando la cena. Siempre que acechaba una tormenta, la agitación crecía, y los nervios a flor de piel provocaban disputas. Esta vez no fue una excepción, y varios de los hombres se enzarzaron en una pelea por los mejores sitios junto al fuego. Si no es por la labor apaciguadora del hechicero, se hubiera derramado sangre distinta a la de la caza esa noche.
Mientras comían, el cazador adivinó la figura del viejo en uno de los fuegos laterales. Hacía ya tiempo que no escuchaba su ronca voz. No se movía, así que no pudo asegurar si dormía o si se lo habían llevado los espíritus. Se levantó y a punto estuvo de acercarse a comprobarlo, pero volvió a sentarse. Aunque fueron compañeros hacía tiempo, se habían ido alejando y ya eran casi extraños el uno para el otro. Además, si realmente estaba muerto, no quería inquietar al grupo en una noche así con una noticia de tan mal agüero. Fuera la tormenta ya estaba en todo su apogeo, y era difícil escuchar las conversaciones con el ruido del agua batiendo en la entrada y los ocasionales truenos. El cazador echó una última mirada carente de rencor al viejo y volvió su atención hacia un grupo de mujeres que ayudaban a una de las embarazadas, que al parecer estaba rompiendo aguas.
Eso sí que sería una buena noticia para el clan. Todo nacimiento era señal de buena suerte. Los hombres se reunieron junto al hechicero, que musitó frases guturales mágicas para ayudar al parto. Cuando escucharon el llanto del bebé, todos rompieron en cantos y bailes hasta caer rendidos. El hechicero tomó al niño en sus manos, y tras hacer ciertos signos sobre su frente, señaló la pintura del oso. Eso sí que era una buena noticia: ¡el nuevo miembro del clan había sido engendrado por el espíritu del oso hibernante!
Con mejor humor, los neandertales se fueron acomodando en sus respectivos sitios. El cazador se arrebujó bajo las pieles buscando el calor de su mujer. Desde allí se reconfortó con la visión de la nueva madre que, amorosa, amamantaba a su hijo recién nacido.

7 comentarios:

  1. ¿Qué tienen las tormentas para actuar sobre las parturientas como un pistoletazo de salida?

    Ugh.

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  2. Pisha, o voy muy equivocado o es una preciosa alegoría sobre unos acontecimientos recientes. Si todos los clanes son como el que vi el otro día, me apunto con los ojos cerrados.

    Un abrazo

    P.D: Estoy musitando mi abandono.... jejejejeje en la partida

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  3. ¡Bingo!
    Un abrazo para vos también.

    A la PD: No abandones hombre, que aún voy por el capítulo dos de "Mi sistema".

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  4. ya vienen los reyes malatesta y amigos

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  5. El nota nos ha escritoun cuento delascavernas y mientras loleía parecía que me salía elpeloporlasespaldas,que susto,casi me convierto en neardental..¿Hola que tal?

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